lunes, 13 de diciembre de 2010

DÍA SESENTA Y CUATRO

         Al sacarlo de su caja de cartón, la cabeza, sin previo aviso, rodó por los suelos, intenté colocarla de nuevo en su sitio pero fue imposible, mi Papa Noel, decapitado, me miraba a través de sus gafas descolocadas, pues con tanto movimiento se habían rodado de sitio. Lo senté en una silla de la terraza, al menos estaría cómodo, encontraré una solución, le dije, no pareció hacerme mucho caso, en ese momento sus ojos dirigían la mirada hacia un punto inexacto al que no pude acceder. Pasaron los días, la lluvia lo mojó y el sol lo secó, pero él se veía contento, los brazos cruzados sobre el pecho y la mochila cargada en la espalda. 
                        Una semana mas tarde aún sigue allí, la misma cara placentera, como soy bastante dejada, no le he encontrado la pieza que falta, pero seguro que antes de que llegue la Navidad, lo haré. Gracias por leerme, Maca.