viernes, 26 de noviembre de 2010

AQUELLA HISTORIA....

            Acerqué mi cara a la placa de la pared de la pequeña capilla, para poder leer lo que decía el escrito, grabado en letras doradas sobre fondo de madera. " Con la ayuda de Dios, los sueños se cumplen...a cualquier edad."
                     No me pareció que fuera una cita muy de iglesia, pero a pesar de todo era bonita y adecuada. Un señor me observaba en la distancia, sin percatarse que yo también me había dado cuenta de su presencia. Estaba sentado en uno de esos muros que hay en las entradas de los pueblos y en donde los mayores pasan tiempo, comentando y a veces sólo observando, a lo que son muy habituales, no obstante, muchos de ellos, trabajadores del campo, han pasado parte de su vida sólos, observando los animales, cosechas, etc. Se levantó con parsimonia, la prisa se veía que no formaba parte de su forma de vida, lentamente, caminó hacia donde me encontraba, algo encorvado en sus andares pero digno, a pesar del impedimento de su marcha.
                          Una vez cerca de mí, se presentó como Juan Peña, me aclaró que era alcalde del pueblo. Estreché su mano, seca y áspera, noté el olor de su ropa, limpia y tendida al sol, el planchado era de tal calidad, que pensé que alguien lo había hecho con alguna antigua plancha de las de carbón, pues las rayas impecables de su camisa, no daban lugar a duda. 
                               Me preguntó por mi interés por la iglesia y si necesitaba alguna explicación, él se ofrecía a dármela, acepté gustosa y entramos en la capilla, en donde en aquel momento, sólo dos mujeres, arrodilladas, ocupaban el atrio. Durante largo rato, paseamos por el recinto, el anciano, lo llamo así porque me contó que tenía ochenta y cinco años, lo cual me negué a creer, pues parecía imposible, pues entre tantas historias que me anduvo refiriendo, una de ellas me llamó grandemente la atención, la del cura que vivió una vez en ese pueblo, que se enamoró perdidamente de la aldeana y que talló aquello en la madera, nadie se atrevió nunca a quitarlo. 
                                Era una historia en verdad bonita, no diferente a otras de amor, un tanto distinta quizá por ser el protagonista un sacerdote. Cuando acabo su relato, la tarde había caído sobre nosotros, estábamos sentados en el muro donde lo encontré, sólo me quedaba preguntarle que había pasado con la pareja enamorada. Pues no pasó nada especial, respondió con esa sonrisa suya tan auténtica, se casaron,  se convirtió con los años en alcalde, por supuesto está usted hablando con él.
                       

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